¡Qué fácil ver la mota en el ojo
ajeno! ¡Qué frágiles y débiles somos para juzgar desde nuestros criterios! ¡Qué
lejos estamos quizás de tener una mirada contemplativa! ¡Cuánto daño podemos
llegar a hacer!
Sin necesidad de mediar palabras, y
tan solo con una mirada, podemos expresar odio, inconformidad, rechazo,
intolerancia, desaprobación, indiferencia… Tal vez las actitudes o comentarios
de los otros provoquen en nosotros algo de todo eso pero no justifica nuestra mirada.
¿O es que el cómo mire a los demás va a estar condicionado por si les caigo o
no bien, si me aceptan o no, si me alaban o critican? ¿Por qué ceder el poder
de mi mirada a los actos, actitudes, hechos o comentarios de los otros?
Yo elijo cómo quiero mirar, qué
tanto deseo amar al otro “a pesar de” (a pesar de lo que piense de mí, diga o
haga en contra mía)
Los fariseos salían al paso de Jesús
para cuestionarle y ponerle a prueba, los discípulos le abandonaron, Pedro le
llegó a negar, Judas le traicionó… Fue perseguido, golpeado, humillado y hasta
clavado en una cruz pero ¿quién vio en Él, en su mirada, el menor resquicio de
rencor, odio, desprecio… por alguien?.
Y es que la mirada de Jesús no juzga
a las personas. Esto no quiere decir que “todo se vale” porque sí está en
contra de las injusticias, desigualdades, violencia, corrupción, hipocresía,
abusos…
Por medio de su mirada: acepta,
acoge, abraza… a cada uno. Ante su mirada se puede ser uno mismo, sin caretas
ni disfraces.
Que nos dejemos alcanzar por su
mirada y podamos ver a los otros como Él nos mira, como Él les mira.
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