El Papa
Francisco animaba en una homilía hace unas semanas a pedir a Dios el “don de
las lágrimas” y en contraposición me encuentro con multitud de cristianos que
no se permiten llorar o en nombre de la fe no dejan a otros llorar.
Son tiempos
difíciles en los que afloran multitud de emociones, una de ellas la tristeza y
el dolor por la pérdida de seres queridos, por la impotencia, por el
reconocernos y sentirnos vulnerables…
No retengas tu
tristeza, date permiso de llorar, deja brotar tus lágrimas … drena esa emoción,
no permitas que ese sentimiento te enferme
Hay muchas
razones por las que la gente no llora: Por “pena”, por dar una apariencia de
fuertes, porque han endurecido su corazón o porque “si lloro ¿cuál es mi fe?”
Me da pesar
quienes se dicen creyentes y aconsejan no llorar y peor si lo acompañan con comentarios como: “… tienes que
ser fuerte, el Señor está contigo”, “no tengas miedo, acuérdate que estás en
las manos del Señor”, “… piensa en tus hijos”, “…el Señor te está probando”…
¡Cuánto daño
hacemos en nombre de Dios!. ¿Te has parado a pensar que cuando recomiendas a
otro que no llore es porque esas lágrimas te hacen daño a ti? Eres tú quien no
soporta ver a otro llorar.
No disminuye
tu fe por llorar, no eres peor creyente por llorar… Llorar nos recuerda nuestra
pobreza, fragilidad y humanidad. Jesús lloró… Tú y yo necesitamos llorar. Nos
hacemos un bien cuando nos permitimos llorar. Ayudamos a los otros cuando les
concedemos el derecho y les animamos a llorar. No retengas tus lágrimas ni las
de los otros. Date y da permiso a los otros de llorar. Y como dice el Papa
Francisco: “Pidamos el don de las lágrimas… para los otros y para nosotros”
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