Uno de los beneficios de esta
pandemia ha sido el reconocer nuestra limitación, finitud, fragilidad… caer en
la cuenta de que no somos nada, de que estamos en manos de Dios, de que
dependemos de Él, de que estamos perdidos cuando construimos nuestra vida en
torno a nosotros mismos como si Él no existiera.
La soberbia: Querer ser como Dios,
querer derribarle y colocarnos en su lugar…
Somos esclavos de la soberbia
cuando nos creemos el centro del universo y queremos que todo y todos giren
alrededor nuestro. Desde esa posición:
- nos creemos con el derecho de
criticar y juzgar todo y a todos
- somos exigentes y poco tolerantes
con los otros
- manipulamos o maltratamos a los
otros
- nos quejamos y lamentamos por
todo
- culpamos a los demás cuando las
cosas no van como esperamos
- nos creemos dueños y señores de
todo y con derecho de destruir la vida, la naturaleza…
- nos cerramos a aceptar
sugerencias y opiniones distintas
- es imposible poder acoger la
debilidad, ni la propia ni la ajena
- tratamos de controlarlo todo y
pensamos que podemos hasta que la adversidad toca nuestra vida
- nos creemos poseedores de la
verdad
- evadimos la responsabilidad de
cambiar pero nos creemos con el derecho de cambiar a quienes a nuestro criterio
“lo hacen mal”
- exigimos a Dios que nos de lo que
creemos necesitar y nos quejamos, nos enojamos con Él o nos apartamos si no
responde a nuestras expectativas
- no aceptamos y nos revelamos
contra lo que nos sucede
- …
Todavía tenemos tiempo de recuperar
el centro, de ponerle a Él en su lugar y que nuestra vida gire en torno a Él.
Quizás reconocemos que tenemos
grietas, que hemos sido reparados una y otra vez… tal vez nos sabemos habitados
por Dios pero le silenciamos cuando nos atribuimos los méritos y los aplausos
de aquello que realizamos. Creernos “dios” y vivirnos desde ahí: nos daña, daña
a otros y nos aleja de Él.
Él nos creó, nos sostiene, nos
acompaña, nos provee… está. No podemos dar un paso más o amanecer mañana si Él
no lo quiere. Dependemos de Él. Nuestra vida está en sus manos. Dejémosle ser y
hacer y aceptemos siempre y en todo su voluntad, aunque algunas veces duela.
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