Cuando
hablamos de dificultades, situaciones adversas, pruebas, problemas, sucesos
negativos es porque miramos de manera superficial la realidad, los
acontecimientos, a las personas y a nosotros mismos. Hacemos un juicio parcial
desde nuestro entendimiento limitado y estrecho, y eso lleva a nuestra razón a
discriminar entre bueno o malo, y a sentirnos en función de cómo lo pensamos o
interpretamos de ahí que surja el miedo, la angustia, la ansiedad, la queja, el
lamento, el enojo, la rabia, el culpar a todo y a todos e incluso a Dios…
Cuando
miramos con ojos claros, cuando nuestra mirada es profunda, cuando tratamos de
ir más allá y nos abrimos al Misterio… podemos percibir que todo es don, todo
es regalo.
Tal vez
“sabes” que Dios está en todo lo que te rodea y sucede, en toda persona y
también en ti… Quizás aseguras que el amor todo lo habita… Pero de tenerlo en
la razón a experimentarlo hay un largo camino que recorrer. Mientras esa
realidad que “conoces” no toque tu corazón no podrás vivirla.
¿Por qué
las resistencias a verlo todo como don o regalo? ¿Por qué no mirar con otros
ojos para descubrir la bondad de Dios en todo cuanto habita y su deseo de que
su amor nos alcance y nos llene? ¿Por qué no aprovechar lo que “nos pasa” para
purificar la imagen que tenemos de Dios o como medio para creer en la fe y como
personas? ¿Por qué en lugar de quejarnos o lamentarnos, desesperarnos o
encerrarnos en nuestro dolor o sufrimiento, juzgar o culpar a otros porque no
nos ayudan, no optamos por agradecerlo?
Dios es
don, regalo… que se nos ofrece gratuitamente y se nos entrega a cada momento.
Tan solo espera y desea que acojamos su amor
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