Cuando
leemos o escuchamos el lavatorio de los pies, nos quedamos en la segunda parte:
“Lavar los pies a otros como Jesús lavó los pies a sus discípulos”. Lo mismo le
sucedió a Pedro, había aprendido de Jesús a servir pero no el dejarse querer y
amar. Tres años con Jesús y seguía sin entender muchas cosas. Su soberbia no le
permitía abrirse al amor. Sólo pensaba en ayudar para agradar o complacer a su Señor,
o para ser admirado por otros, o para ganar puntos, o para cumplir, o para… ¡Cuidado
no nos pase esto a nosotros!.
Para
poder amar, servir, lavar los pies a otros como lo hizo Jesús, primero hay que
dejarse amar, servir, lavar… Cuando más podemos poner en práctica esto es
cuando tocamos nuestra más absoluta fragilidad, limitación, pequeñez… en la
experiencia del propio pecado, de la enfermedad, del sufrimiento…
Sólo
quien ha vivido en su propia carne le necesidad de atención y amor, la acogida
incondicional de otros, la dependencia, el ser perdonado… Es capaz de amar,
servir y lavar los pies a otros.
Sólo
quien ha logrado tener contacto con su propia pobreza y la ha asumido y
aceptado como parte de su condición humana… Es capaz de amar, servir y lavar
los pies a otros.
Hoy
la invitación es a dejarnos amar, servir, atender por el Señor… de la manera
que Él determine, por medio de quienes Él escoja, en las circunstancias que se presenten.
Solo así nuestro servicio lo ofreceremos, no como compromiso sino, como
testimonio. Solo así podremos transparentar el amor de Dios en nuestras pobres
vidas
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