La
Palabra de Dios, como dice un buen amigo y hermano, es Palabra Viva porque nos
habla a cada uno personalmente. La misma lectura no nos dice lo mismo hoy que
hace un año porque hemos cambiado. Tampoco a la vecina le dice lo mismo porque
nuestra historia, realidad o circunstancias son distintas.
Al
hilo de esto quiero contarte algo que ayer mi hizo sonreír. Yo ya había tenido
mi tiempo de encuentro personal con el Señor a través de su Palabra y me había
dejado muy consolada. En la breve homilía de dos minutos en la eucaristía a la
que asistí, coincidí con el sacerdote en la frase que resonó en nuestro
corazón: “Tanto amó Dios al mundo que
entregó a su Hijo unigénito para que quien crea en Él no perezca sino que tenga
vida eterna”. Juan 3,16. A mí me parece un regalo de Dios. Que me entregue a
su Hijo único y querido: me habla de su gran amor por mí, de lo especial que
soy para Él… me muestra el camino a seguir para ser libre y feliz por medio de
las actitudes, enseñanzas y forma de vivir, estar y relacionarse de Jesús. Ante
esto lo primero que brota en mi es el agradecimiento. Lo que me sorprendió fue que
el sacerdote ante esta frase dijo dos veces: ¡Qué tragedia!. La segunda vez
hizo más énfasis que la primera. Seguramente para él es una tragedia y algo le
estaba diciendo el Señor por medio de esa interpretación. Yo solo me
sonreí, miré a Jesús en la cruz y
pensaba: “Para mí es maravilloso”.
Hoy
a ti también Dios te entrega a Jesús. ¿Qué trata de decirte? ¿Cómo lo
interpretas?. ¿Tragedia, regalo, fastidio, pérdida de tiempo…?.
¿Entregarías
a alguien a quien amas mucho por salvar a otra persona que sabes que te va a
fallar, negar, traicionar, abandonar, ignorar…? Él lo hizo por ti y por mí. ¿A
qué te invita esto?
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