Se nos invita a huir de todo lo que
sea dolor y sufrimiento y si no, tratamos de evitarlo a toda costa, cerramos
los ojos ante esa realidad escondiéndonos en espejismos que no nos protegen…
Todo para no tocar nuestra debilidad, vulnerabilidad, fragilidad…
Estamos heridos, y en vez de buscar
los medios para curar nuestras heridas, ponemos una curita. El problema es
cuando esa curita se levanta y volvemos a ver esa herida sin cicatrizar, y a
sentir el dolor por la infección.
A Tomás, al que todos recordamos
porque no creía que Jesús había resucitado, le salvó y le sanó el ver y tocar
las heridas de Jesús. Tomás era un hombre herido. Experimentaba una desolación
muy profunda (frustración, impotencia, decepción, tristeza…)
Descubrir a su Dios frágil, débil,
herido… encontrarse cara a cara con Él… produjo la transformación en Tomás. El
encuentro, el dejarse tocar y tocar las heridas le abrió el entendimiento y le
cambió la vida.
El bueno de Tomás se presentó con
todas sus dudas, sus miedos… Se presentó tal y como era, tal y como estaba. Y
se dejó alcanzar por un Dios que comprendía su desolación porque también estaba
herido
Y es que el encuentro solo es
posible cuando hay empatía. La sanación comienza cuando hay acogida,
aceptación, paciencia, escucha…
Que como Tomás tengamos el valor de
acercarnos al Señor con lo que somos y tenemos… con nuestros éxitos y fracasos,
nuestras luchas y resistencias… con nuestras heridas y cicatrices
Que como Tomás nos atrevamos a tocar
sus heridas
Jesús no es un fantasma… tiene
heridas que se pueden tocar, que te puedan sanar. Y ahora te invito a que
termines tú esta reflexión con tu vida.
Me permitió éste tema saber que necesito a Dios para que me sane.
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