¿Qué
es lo que te motiva a hacer lo que haces? ¿Qué buscas o que deseas lograr con
tus acciones?
Actividades,
decisiones, compromisos, relaciones… pueden estar impulsados por una búsqueda
de sí o la necesidad de satisfacer determinadas carencias.
San
Ignacio habla de ordenar las afecciones porque en todo aquello bueno a lo que
se afecta nuestro corazón hay una parte de virtud y otra de necesidad, una
parte de generosidad y otra de egoísmo.
Las
afecciones son buenas en sí (compromiso en la iglesia, profesión, vocación, una
amistad, estudiar, defender una causa justa…) pero se desordenan cuando lo que
prima es el propio interés, querer, beneficio… cuando cubrir las necesidades
tiene más peso que desarrollar las virtudes. No se trata de eliminar las
afecciones sino de purificar la intención. Volver una y otra vez a centrar
nuestra mirada en la virtud y permanecer, mantenernos aunque los planes no
salgan como esperamos, o las personas no respondan a nuestros deseos, o no se
den los frutos buscados
Casi
siempre hay necesidades ocultas, de ahí la importancia de conocerse y de ser
sincero con uno mismo. Si no reconozco mis intereses particulares, en la medida
que me critiquen, o no me tengan en cuenta, o no me reconozcan… me voy a
frustrar y seguramente abandonaré. Una afección que era buena y que me llevaba
a darme, a colaborar en bien de otros… se acaba así desordenando porque me
convertí en el centro perdiendo de vista el horizonte, la virtud, la intención
recta, el fin para el que he sido creado (amar y servir)
Mi
entrega a la oración también puede desordenarse. Definitivamente es una
afección y buena, pero se desordena cuando persigo satisfacer mis intereses
particulares y me convierto en el centro, cuando la vivo como imposición o
fastidio. Si la vivo como pérdida de tiempo, o siento que mis peticiones no son
siempre respondidas… por mucho que sea una afección: no me será difícil
descuidarla, no darle la importancia suficiente en mi vida e incluso
abandonarla porque habré antepuesto mis intereses particulares al verdadero fin
María
Magdalena fue a buscar a Jesús al sepulcro. Le movió el amor. Priorizó el amar,
el darse, sobre su necesidad de sentirse querida, de consuelo, de encerrarse,
de huir de todo aquello que le recordara a Él… La sorpresa fue que saliendo de
sí, olvidándose de ella misma y dejándose llevar por el amor, fue como le pudo
encontrar. Antepuso la virtud a sus múltiples necesidades… y encontró lo que
calmaría su sed
¿Le
buscamos o nos buscamos?
¿Cómo
encontrarle si nuestras intenciones, acciones y operaciones están orientadas a
satisfacer nuestras necesidades y quereres?
Conocernos,
purificar la intención… Solo se puede permanecer y ser fiel si se hace del amor
el centro, el origen y el fin, de todo lo que vivimos.
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