No nos gusta ver nuestra miseria, reconocer nuestra pequeñez, sentirnos dependientes de otros… Huimos de la enfermedad, del sufrimiento, no queremos escuchar noticias trágicas o ver las heridas de los otros porque todo ello nos recuerda nuestra fragilidad, nuestra finitud, lo poquita cosa que somos…
El problema es que mientras todo va bien, y todo lo
hacemos, y creemos que todo lo podemos… aumenta nuestro orgullo y soberbia y
podemos llegar a vivir sin Dios o creernos más que Él… en cualquiera de los
casos estamos perdidos.
¿Cómo abandonarnos en Dios cuando nos valemos por
nosotros mismos, cuando podemos conseguir todo lo que queremos, cuando
confiamos en nuestro esfuerzo, cualidades y dones, cuando ponemos nuestra
seguridad en lo que tenemos, en nuestra inteligencia, salud o virtudes?
Perder algo que se considera importante puede verse
como una tragedia pero siempre es una oportunidad para abajarse, reconocer la
propia naturaleza y a la vez la dependencia de Dios, descubrir la propia
pequeñez y a la vez su grandeza.
Sentir la incapacidad, la impotencia, la
desorientación, la soledad, el vacío, la fragilidad… nos ayuda a tomar
conciencia de que no podemos nada, de que no somos nada, sin su amor y su
gracia
Bendita fragilidad si aumenta nuestro deseo de
encontrarnos con Dios y de amarle
Bendita fragilidad si nos hace más humanos, más
hermanos.
No sé si has tocado fondo alguna vez o estás en
camino, tal vez no necesitas hacer ese recorrido porque se te ha regalado el
entendimiento de otra manera, pero a veces es el medio para que se produzca una
conversión o cambio en nuestras vidas. Así que si eres uno de estos:
abandónate, confía y espera porque el Señor puede hacer obras grandes. Solo en
las almas que se sienten y saben pequeñas se produce el milagro. Si otros lo
han vivido, también en nosotros es posible
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