Se alcanzan metas hace unos años impensables. Todo
avanza tan rápido que nuestra imaginación es incapaz de prever lo que todavía
veremos
Inteligencia, entendimiento… avances en todos los
ámbitos…
Y casi todo producido por el miedo, o por el deseo de
tener, de poder o de éxito. Movido también en ocasiones por el apego a la
imagen, a la salud y a la propia vida
Casi todo enfocado al bienestar personal, a la
seguridad, al ahorrar tiempo, al hacer la vida “más fácil”, al ataque o la
defensa
¿Y hacia dónde nos lleva todo esto si no a ser
personas cada vez más individualistas, egoístas, encerradas, ambiciosas y a la
vez más temerosas, desconfiadas e inseguras?
Y enredados en lo de ahí afuera y en nuestras
conquistas, pasamos desapercibido lo más importante: A nuestro Creador que es
quien nos sostiene y cuida. A quien está presente en cada momento de nuestra
existencia. A quien habita en lo más profundo de nuestro ser.
Capaces de tantas y tantas cosas… pero a la vez
incapaces de descubrir y experimentar lo que todo corazón humano anhela y busca
aún sin saberlo: el amor y la misericordia de Dios que, lejos de ser privilegio
de unos pocos, está al alcance de todos
Perdidos
en medio de la multitud, de los avances, del ruido, del consumismo, del éxito,
del aparentar, del cuidado de la imagen, del pasarlo bien… hay una necesidad
que clama ser satisfecha: volver al centro para encontrarnos con el Amor,
reorientar la vida y poder ser verdaderamente felices.
¿De
qué nos sirve ganar el mundo si perdemos la vida?
¿De
qué nos sirven tantas conquistas, personales o colectivas, si seguimos
sintiendo un gran vacío interior?
¿De
qué nos sirven tantas supuestas seguridades si hoy mismo podemos dejar este
mundo?
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