No
recuerdo haber dicho tantas veces “NO” como en estos días pasados. Dije “NO” a
realizar un video sobre la importancia de leer la Biblia, a participar vía zoom en las clausuras de los EVO, a acompañar a una persona en su proceso de crecimiento, a
grabar un audio por el mes de las misiones, a asistir a una reunión, a preparar
las moniciones para una eucaristía… y creo que no he terminado.
Reconozco
mi limitación. Es más, lejos de vivirlo como invitaciones del Señor, por muy
santas que sean, las siento como tentaciones que llegan hasta mí con el fin de
reventarme y colapsarme. Por eso es bueno reconocer la propia fragilidad,
pobreza, límites… escucharse, escuchar el cuerpo… discernir… y responder solo a
Dios. Y es que no todo lo que suena o huele a Dios es de Él.
No
es de Dios agradar a los otros buscándonos o responder a sus deseos y
expectativas por miedo al qué dirán, o por caer bien, o por mantener una
imagen que nos hemos fabricado o que queremos dar. No podemos perder el centro.
No se trata de hacer, hacer, hacer… Tampoco de dar más de lo que tenemos o
podemos. No caigamos en el error de creernos mejores personas o mejores
cristianos por decir a todo que “Sí”… sino de amar en todo lo que vivimos y
hacemos, aunque no se vea, aunque no sea aplaudido, aunque parezca simple o
sencillo, y a veces hasta criticado
En
estos días he dicho muchas veces “NO” y siento una gran paz, cero culpabilidad
¿por qué habría de sentirme culpable si estoy en lo que tengo que estar y
haciendo lo que tengo que hacer?
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