Un sacerdote en su homilía dijo que
ellos tenían más obligación de orar que los laicos. ¿Y es qué la oración es una
obligación?
Si la oración la vemos como una obligación…
- Resulta tediosa
- Nos supone esfuerzo
- Cuesta encontrarle gusto
- Acabaremos por buscar cualquier excusa para no hacerla
- La viviremos como una carga pesada
- Estaremos respondiendo a un “dios” que nos impone y nos exige
Si a la oración no le damos la importancia que tiene en nuestro
día a día o la consideramos una obligación es porque no hemos descubierto su
verdadera riqueza… no hemos
encontrado todavía el “tesoro” y andamos amarrados a otros “tesoros”
que nos distraen de lo verdaderamente importante y valioso.
La oración es el cimiento y la base de nuestra fe, de nuestro
estar en el mundo, de nuestro ser y hacer. Si la convertimos en un quehacer y
de remate obligatorio…
deja de ser la base.
El resurgir de la Iglesia, nuestra conversión, solo será posible
si construimos y edificamos nuestra vida desde la oración. Una oración en la
que el protagonista es Él, su Amor que se derrama a manos llenas y que
únicamente espera del orante que sea acogido. Solo así se transformarán
nuestras vidas. Solo si transformamos nuestras vidas, cambiará todo lo que nos
rodea.
Cuando descubrimos la riqueza de la oración, vamos al encuentro
con el Señor no partiendo de la obligación sino del deseo de estar con quien
quiere entregarnos su Amor
El que busca, encuentra. ¿No has encontrado el tesoro escondido
en la oración? Dedica tiempo a estar a solas con quien te ha creado y ama… no por obligación o por esperar frutos… sino por el solo hecho de estar ¿qué puedes perder? ¿acaso tienes algo?... Déjale el control a Él y abandónate.
Disponte a que pase lo que tenga que pasar. Disponte a dejarte hacer y a
dejarle ser...
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