Juan 3, 27 “No
puede un hombre recibir nada si no se lo concede el cielo”. Todo es don de Dios… todo lo que soy y tengo es regalo
de su AMOR. No se me da por méritos o esfuerzo… se me ofrece por AMOR. La clave
está en no apropiarme de lo que se me ha entregado. En el fondo es un préstamo
por un tiempo más o menos largo, y en ningún caso para provecho mío sino para
su propia gloria. Somos libres para decidir con todo lo que Él nos regala
Si me apropio de todos mis dones… el día que me falte uno
de esos regalos: sufriré e incluso me enojaré con Aquel que me los prestó, le
odiaré, le maldeciré…
Si los ignoro o soy indiferente… me los perderé… se perderán

Nada ni nadie nos pertenece… todo es temporal, pasajero…
hoy está y mañana ¡a saber!... Ni siquiera somos dueños ni propietarios de
nuestra vida… hoy estamos aquí y mañana ¡a saber!
Todos los regalos que Dios nos da son temporales a
excepción de uno: Él mismo… Su Amor… ¿Por qué ante el mayor y gran regalo que
se nos quiere entregar a manos llenas, cerramos nuestro corazón?. ¿Qué nos
impide recibir y aceptar el GRAN REGALO?
La decisión de aferrarnos o no a lo pasajero… la decisión
de abrazar o no el regalo que permanece… la decisión de quedarnos con todo, o
venderlo y quedarnos con el tesoro valioso… es nuestra.
San Ignacio de
Loyola tiene una oración que refleja todo esto: “Tomad Señor y recibid, toda mi
libertad, mi memoria… (…) dame tu amor y gracia que ésta me basta”
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