Cuando sucede una desgracia en
nuestras vidas podemos caer en la tentación de preguntarnos: “¿Por qué me tenía
que pasar esto a mí?”… Sí, sí… he dicho tentación porque lo primero que surge
es encerrarnos en nuestro dolor y victimizarnos y lo segundo echar la
responsabilidad a Dios, reclamarle y enojarnos con Él. Pero piensa…
¿Cúantas veces te has quejado a
Dios porque otros mueren de hambre mientras tu comes varias veces al día? ¿O
porque otros viven en casas de cartón, láminas de cinc y unas cuantas maderas
mientras tu casa es de bloque y reúne las condiciones mínimas de habitabilidad?
¿O porque otros nacieron ciegos, o perdieron un brazo, o padecen una enfermedad
incurable mientras tu gozas de buena salud?...
En este caso tal vez tendrías que
cuestionarte la parte de responsabilidad ante quienes son menos “afortunados”
que tú.
¿Por qué puede pasarles a los demás
y a ti no? ¿Por qué los otros se pueden enfermar o incluso morir de COVID y tú
no? ¿Por qué alguien puede perder a un hijo y tú no? ¿Por qué otro puede sufrir
un accidente, quedarse sin trabajo, ser asaltado… y tú no?... ¿Acaso te crees
con más gracia, o que has ganado más puntos para poder evitar ciertas
situaciones? ¿Quizás has hecho más méritos o sacrificios para merecer algo
mejor? ¿O tal vez crees en un “dios” que te va a evitar las situaciones
difíciles?
Convendría cambiar el enfoque y, cuando acontezca un suceso desagradable, preguntarte: “¿Por qué a mí no?”. Eres tan human@ como los demás, tan querid@ por Dios como los demás… ¿Por qué a ti no te habría de suceder? ¿Acaso el sol no sale para buenos y malos? ¿Y no es que la lluvia cae sobre justos e injustos? Para Él somos iguales, no hace distinciones… todos especiales, únicos, insustituibles y amados por lo que somos… SUS HIJ@S. No es cuestión de tener o no tener fe. Lo que le pasa a otro te puede pasar a ti ¿por qué no?.
Buenos días
ResponderEliminarCuando perdí un hijo a causa de la violencia, le cuestioné y reclame a DIOS el porqué a mí y la Virgencita me reveló que ella había pasado por lo mismo, hasta allí llegó mi enojo.
Aprendí a vivir con el dolor
María Elena Micheletti