No
quiero viajar en barco con timón y mucho menos con motor. Porque para dejarme
llevar, para abandonarme a Él, para confiar plenamente en Él… necesito ir en
velero. Si soy yo la que dirijo: Andaré perdida, me buscaré y difícilmente le
hallaré, surcaré mares y llegaré a puertos que nada tendrán que ver con su
voluntad.
Por
experiencia conozco algunas de las dificultades de navegar en velero: tiempos
en los que todo se detiene, no hay avance ni retroceso, se hace el silencio,
parece que no pasa nada y toca tan solo esperar… vientos fuertes que requieren
la pericia y destreza en el manejo de las velas para no naufragar (paciencia,
confianza, fe…)… vientos suaves que permiten avanzar con rapidez (se goza de
paz, alegría, pareciera que se cuenta con mucha gracia pero que pueden
llevarnos a caer en la tentación de creernos privilegiados, juzgar a otros,
crecer en orgullo y autosuficiencia,
pensar que contamos con mucha gracia de Dios…)
¿Y
a dónde conduce el velero? Si no fuerzo, si verdaderamente le dejo ser, si me
permito ser llevada… y oriento las velas hábilmente para no naufragar, es más
que seguro que ni iré por la ruta que creía la mejor y más conveniente pensando
que esa era su voluntad, ni llegaré al puerto soñado. Si realmente me abandono,
puedo surcar mares jamás imaginados en los que encontraré otras oportunidades y
también dificultades, en los que me iluminarán rayos de luz y esperanza pero en
los que no faltarán noches oscuras, muy oscuras… Pero y entonces ¿cuál es la
diferencia con otras rutas? Si nos dejamos llevar llegaremos al mejor puerto,
al que nos va a dar la verdadera felicidad y una vida plena.
Ir
en velero, y ceder entera y totalmente el control, no me va a evitar tormentas,
vientos huracanados o incluso el que no haya viento pero siempre me podré
agarrar de certezas que guardo en mi corazón: Que todo, TODO, es para bien
(aunque a veces no entienda, no vea, desee cambiar de embarcación, me enoje, me
duela…) y que estoy en buenas manos… Porque un día me dijo: “Todo
es para bien de los que aman a Dios” y “No temas, estaré contigo todos
los días hasta el fin del mundo”. Con tan buen capitán y tan buena
compañía ¿Qué nos impide lanzarnos a la aventura?
Gracias Señor por tu consuelo, todo es para bien.
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