Participé
el otro día en una eucaristía en euskera de principio a fin y… no entendí “ni papa” pero me encantó
Recordé
las veces que escucho, y me escucho, quejándome de la homilía del sacerdote, o
de lo lento o rápido que es celebrando, de lo aburrida que ha sido la
eucaristía, del coro desafinado, de cómo andan vestidos los servidores, de si
los laicos que dan de comulgar no son los más indicados… Las formas… nos
quedamos en las formas y no vamos a lo esencial
Volviendo
al entender o no entender, ¿es necesario entender? ¿no será nuestro ego
insatisfecho o necesitado el que anhela entender?. Con palabras, sin palabras,
o incluso con palabras desconocidas, se puede dar el encuentro. Es más, en
ocasiones las palabras son un obstáculo para que se produzca el encuentro
porque se convierten en ruido. Otras veces pueden ayudar pero lo cierto es que en
el silencio y en el no entender puede suceder lo inimaginable
Fue
una eucaristía preciosa, no puedo describirlo con palabras porque sé que me
quedaría muy corta. Duró una hora y ni la sentí. Era tal mi paz y mi alegría
que bien podía haber durado dos o tres horas de no ser por el friíto.
En
cualquier caso conviene ir siempre sin expectativas, abrirse a la sorpresa,
dejar que pase lo que tenga que pasar… Cada eucaristía es distinta, es única,
es un nuevo encuentro con quien desea dárnoslo TODO. El hace su obra aunque no
sintamos, aunque nos hayamos despistado, aunque no entendamos… Y es que no es
lo principal entender pero sí responder a la invitación… El Señor se encarga de
lo demás
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