Hay
una oración preciosa de abandono de Carlos de Foucauld que comienza así: “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo
que quieras, sea lo que sea te doy
gracias…”. ¡Qué fácil recitarla pero que complicado vivirla! Y es que a
la primera de cambio: cuando los planes no se cumplen según lo esperado, cuando
sucede algo inesperado, cuando nos sentimos atacados o ninguneados, cuando… lo
que humanamente nos sale, lejos de dar gracias y aceptar lo que nos toca vivir,
es: enojarnos, quejarnos, defendernos, huir…
¡Qué bueno sería que cayéramos en la cuenta de las veces que, lejos de dar gracias, nos rebelamos contra todo lo que nos pasa!. Es una oportunidad de crecer, de descubrir la propia pequeñez, fragilidad e impotencia… Y de caer en la cuenta de tantos sentimientos que surgen en nuestro interior que, lejos de ayudarnos, nos envenenan y a su vez dañan a otros.
¿Dónde
queda el “sea lo que sea te doy gracias” si…
… A
nada que me dicen o hacen, que afecte mi amor propio: me enojo, me lamento,
ataco…?
…
Protesto y no acepto lo que me sucede?
…
Quiero imponer: Lo que pienso y creo, mis intereses particulares, mi voluntad?
¡Cuánto
por aprender! ¡Cómo necesitamos su gracia para poder abandonarnos y confiar en
Él! ¡Qué lejos de dar gracias por tanto y todo!
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