Podemos caer en la
tentación de juzgar a la persona que a pesar de ir a misa, rezar mucho, y a lo
mejor tener un cargo o rol importante en la iglesia… lleva una vida
desordenada, es corrupta, ávara, enojada, vanidosa, maltrata a su familia, a
sus compañeros de trabajo o a los vecinos, tiene alguna adicción… Cuando esto
sucede, nos parecemos a aquel fariseo que se creía justo al ver los errores del
publicano y compararse con él
No te creas mejor que
aquella persona a la que criticas seguramente no te diferencias mucho de ella. Todos
tenemos nuestras luchas internas,
conscientes o inconscientes. Muchos queremos liberarnos de eso que nos
ata, oprime y no nos deja ser pero
caemos una y otra vez, no podemos por nosotros mismos. Solo la gracia de Dios
puede obrar el milagro.
Y es que el cambio
comienza con el deseo y la decisión pero es imposible que se produzca solo por
mediación humana. Podemos recibir cursos, leer libros, acudir a distintos
profesionales… y caer en la cuenta de que todo sigue igual. Podemos creer que
vamos avanzando y de repente vernos en el mismo lugar que iniciamos
Es importante reconocer
y admitir la incapacidad, la impotencia. Solos nada podemos. Y mientras no aceptemos
esta realidad, el avance será muy lento o nulo
Solo hay un camino:
abrirnos y rendirnos al amor y a la gracia del Señor… Él hará posible lo que
para nosotros era y parecía imposible
Recuerda que quien
volvió a su casa justificado no fue el fariseo que era muy cumplidor a los ojos
de Dios y se creía buena gente, sino quien se reconoció pequeño, herido,
perdido, pecador…
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