No
nos justifica ni salva el ser buenas personas, ni las grandes obras, ni los
múltiples compromisos, ni la cantidad de novenas o rosarios rezados, ni el
tener cargos de relevancia dentro de la iglesia, ni… Lo que nos justifica y
salva es Su Amor y Su Misericordia. ¿Puede ser de otro modo?. Quien se conoce
sabe que:
* No
tiene razones para vanagloriarse ni engreírse
*
Nada bueno proviene de sí ni le pertenece
Nuestra
pobre naturaleza es seducida por: el poder, el dinero, el consumismo, el
placer, el éxito… Se ve enredada en múltiples conflictos fruto de heridas,
necesidades, ansias de… Sin embargo, en medio de todo esto, descubrimos
infinidad de actos cargados de bondad, generosidad, misericordia, entrega
desinteresada, servicio… ¿Tantas cosas buenas pueden ser propias de nuestra condición: pobre,
pecadora, herida, frágil?
En estos actos que definimos “buenos” no cabe la alabanza a quien se ve (la persona)… pero sí a su Autor, a quien no se ve (Dios), que hace posible que allá, donde parece que solo hay muerte y miseria, brote la vida por medio del amor y la misericordia.
Que
sepamos reconocer, agradecer y alabar todo lo bueno que existe y de quién
procede, porque si ponemos el foco de atención en el instrumento del que se
sirve solo lograremos alimentar: la soberbia, la rivalidad, la envidia, los
conflictos, la vanidad…
Una
llamada a la atención, al agradecimiento, a la humildad, a alegrarnos de lo
bueno que hace a través de los otros y de nosotros, a reconocer de quien
procede todo bien, a reconocernos salvados tan solo por Amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario