Todos estamos llamados a la unión con Dios, a ese matrimonio espiritual con Él, pero en ese desear, buscar, hacer, servir… podemos sentir y descubrir que nos hemos quedado sin vino.
A veces nos
quedamos sin vino por vivir desde y hacia afuera, por probar otras cosas que
nos hablan de alegría y felicidad, por ir alejándonos de nuestro centro, por
creernos autosuficientes, por poner las seguridades en personas o cosas… Y si
hacemos un alto y miramos a nuestro interior descubrimos un profundo vacío,
tristeza, soledad… Necesitamos el milagro, que el agua se transforme en vino,
que nuestra sequedad, angustia o desesperación se conviertan en gozo, plenitud.
Tal vez nos
falta el vino no porque hayamos elegido otros deleites sino porque conviene que
pasemos un poco de necesidad para luego disfrutar más del brindis. Quizás no
haya llegado todavía el momento de saltar de gozo y bailar con los otros que ya
participan de la fiesta. Habrá que saber esperar de forma activa (buscando,
escuchando, estando…)
María sabe que
su hijo es quien puede dar todo lo que el alma anhela pero para ello indica el
camino: “Haced lo que Él os diga”… Y dice muchas cosas entre otras: “Permaneced
en mi amor”… Todos estamos invitados a esa boda, a esa unión con el Señor, a
que en nuestra vida reine la alegría, la confianza, el amor. Mantengamos viva
nuestra esperanza confiando en quien lo da TODO y desea celebrar con nosotros.
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