Tengo
miedo, lo reconozco y lo confieso públicamente. Hay quien me ve fuerte y es
cierto pero también es verdad que esa fortaleza no es mía. Hay quien me
considera valiente pero sólo yo sé lo cobarde y miedosa que soy así que esa
valentía tampoco es mía. Por esto no puedo vanagloriarme de lo que soy, de lo
que hago, de lo que tengo… porque no es mío, porque no me pertenece
Tengo
miedo, todo me da miedo: las ratas, viajar en avión, los ascensores, una
enfermedad incurable, el covid, que me asalten, que fallezcan mis padres,
alejarme de Dios, caer, hablar en público… Pero ¿Es algo raro tener miedo? ¿No
es una emoción presente y natural en todos nosotros, lo expresemos o no? ¿Acaso
no sería patológico no tenerlo? Por experiencia puedo decir que una extraña
paz, que tampoco es mía, ha aparecido en momentos que temía. Ignacio lo llamaba
consolación y es un don de Dios. Toda la vida decía que nunca viajaría en
avión, la primera vez fue para cruzar el océano con 26 años y sola y ¡tenía una
paz cuando me senté en el asiento que me daba lo mismo que nos estrelláramos!.
Y podría contar un montón de anécdotas pero voy a continuar con la reflexión…
El
problema lo tenemos cuando no escuchamos o miramos nuestros miedos, cuando
vivimos ocultándolos o negándolos creyéndonos por encima de todo y de todos, o
juzgando a quienes lo sienten y expresan… cuando huimos del miedo refugiándonos
en “otras cosas” o en el activismo.
Si
habláramos de nuestras emociones con la misma facilidad con la que hablamos del
tiempo, de vanidades, de nuestros éxitos, de la vida de los otros… podríamos
comprendernos mejor y ser más compasivos unos con otros. Desgraciadamente no
todos estamos preparados para acoger y abrazar las emociones de los otros
porque ni siquiera somos capaces de aceptarlas en nuestras vidas. Y de remate,
para que no nos afecte lo que otros sienten, hacemos comentarios muy poco
acertados que lejos de consolar, acompañar y aliviar, caen sobre ellos como un
pedrusco pesado: “¿Pero por qué tienes
miedo?”, “No es para tanto, mira a otros…”, “No tienes por qué tener miedo Dios
está contigo”, “Parece mentira, tú que tienes fe”, “Eso que te da miedo es una
tontería”… De esta manera ¿quién no se va a sentir incomprendido y
juzgado?.
Sí,
tengo miedo pero no me enojo contra él. No me resulta un problema tener miedo,
puedo convivir con él. No me impide ser, actuar, vivir. Lo asumo, lo acepto, lo
acojo como parte de mí. Me hace recordar mi pequeñez, mi fragilidad, mi
limitación... Me permite estar alerta y cuidarme. Creo que el Señor también se
sirve de nuestras heridas, de nuestra miseria, de nuestras emociones, de… para
encontrarse con nosotros. Y algo también muy bueno e importante es que me
facilita el poder comprender y acompañar a otros en sus miedos y angustias.
Tener fe no nos libra de tener miedo, de las pruebas, de las dificultades, de las dudas... El mismo Jesús nos muestra el camino. Es el amor el que nos puede ayudar a trascender nuestros miedos:
* La relación y el encuentro con el Amor, con el Señor, por medio de la oración. Abrirnos al amor de Dios, abandonarnos a Él y a su voluntad, ponernos en sus manos con una confianza infinita. Esto es lo que a Jesús le ayudó en medio de su miedo y angustia ante una muerte inminente. Y Dios no eliminó su miedo pero sí le fortaleció y consoló, le regaló su paz y le animó a afrontarlo.
¿Quien no ha pasado miedo?
ResponderEliminarHermosa reflexión que me ayuda a superar mis miedos.Lo comparo con esta frase: Hay FE cuando todo va bien, y la verdad que la FE se tiene en la tribulación.Lo que más me llama la atención es "Desgraciadamente no todos estamos preparados para acoger y abrazar las emociones de los otros" Yo creo que se puede cuando prevalece el amor de Dios. ¡Ánimo Gloria! Cada reflexión suma algo bueno para mi vida.
Muy buena reflexión, cierto lo importante de compartir hasta las emociones. Un buen ejercicio de humildad.
ResponderEliminarMuchas gracias. Gloria, me identifiqué mucho con esta reflexión.
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