Una de las cosas que nos hace iguales, a todos los
seres humanos del planeta y por la que todos vamos a pasar, es la muerte. Y el
problema no es la muerte en sí sino la actitud que tenemos ante ella
Para quienes no tienen fe, todo acaba cuando el
corazón deja de latir. Para quienes creen en la reencarnación, volverán acá a
la tierra con otra apariencia. Para quienes creemos en la vida eterna y en las
promesas de Dios, sabemos que estamos de paso y que tarde o temprano: veremos
al Señor cara a cara y nos reencontraremos con nuestros seres queridos
San Francisco veía la muerte como hermana y
compañera, y todos los santos han deseado morir para fundirse en un abrazo
definitivo con el Amor, con Dios.
Si la muerte es una realidad que nos va a llegar
tarde o temprano: ¿Por qué no vivir preparados? ¿Por qué nos resistimos a que
se vayan familiares y amigos y hacemos grandes cadenas de oración para
retenerlos un poco más en esta tierra? ¿Por qué ver a la muerte como una
enemiga y no como una maestra que nos enseña a vivir con más plenitud y a
darnos cuenta de nuestros apegos y cadenas? ¿Por qué no mirarla de frente y
aceptarla como parte de nuestra condición humana? ¿Por qué no hablar de ella? ¿Por qué
enojarnos contra ella? ¿Por qué acusar a Dios de llevarse a quienes creemos
todavía necesarios entre nosotros?
Somos seres finitos, limitados, estamos de paso…
Agradezcamos al Señor el haber conocido y compartido con quienes se nos adelantaron,
confiados en que un día volveremos a encontrarnos con ellos. Y sigamos
viviendo, amando y sirviendo, porque no sabemos cuándo será nuestro día y
nuestra hora. No dejemos proyectos para mañana, no esperemos a estar preparados
para comprometernos… Hoy, aquí, ahora…
Fuimos creados por amor y por el Amor, para vivir
desde el amor, y regresaremos al Amor que nos creó. Si ésta es nuestra fe
vivamos desde ella.
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