Lo que
impide la acción de la gracia divina no son nuestros pecados sino el no aceptar
y acoger nuestra debilidad, pequeñez, limitación, dependencia… el rechazarnos y
todos los sentimientos que tienen su origen en ese auto rechazo: el odio, la
culpa, los juicios.
El discurso
religioso, los sermones, las enseñanzas cristianas se enfocan muchas veces en
el pecado y eso hace que la vida de fe se viva desde él. Esto lejos de liberar,
esclaviza. Si el centro de tu ser creyente es el pecado:
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Te esforzarás, te exigirás ser eficiente,
te preocuparás: por no caer, equivocarte, perder el tiempo…
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Te culpabilizarás cada vez que falles o no
respondas como “debería ser”
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Aparecerá agresividad en ti fruto del odio
que irá anidando en tu corazón y revertirá en ti y en los que te rodean
Lo que impide la acción de la gracia divina no son tus
pecados sino no aceptar tu debilidad, rechazarte. Vivida la fe desde este
enfoque, la atención habría que ponerla en la aceptación y acogida de la propia
debilidad, limitación, miseria… y en la compasión tierna hacia sí mismo. Solo
desde ahí se puede ser tolerante, misericordioso, comprender y abrazar a los
otros. Sólo desde el reconocer la pequeñez y acogerla, nos podemos abrir a la
gracia y el amor que Dios quiera derramar en nuestras pobres vidas.
Lo que cambia y transforma a las personas y sus
corazones no es el hacerles sentir culpables por sus faltas y pecados, no es el
recordarles sus caídas, defectos y debilidades, no es señalarles o juzgarles…
Lo que verdaderamente cambia y transforma la vida es
el amor. El encuentro con el amor incondicional y el acogerlo, te lleva a
amarte. Y en la medida que te amas y aceptas de manera integral, te abres al
amor a Dios y a quienes te rodean y permites que su gracia se derrame sobre ti.
Muchas gracias, Gloria. Suscribo todo lo que escribes. Cerrar el corazón en la amorosa fidelidad, ternura, de nuestro Dios es lo que puede dar sentido a la vida. Gracias. Soy Marisa
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