Vivimos en la cultura de la velocidad, de las prisas, de la eficiencia, de los resultados. Todo lo queremos obtener rápidamente: si es para hoy mejor que para mañana, si es para dentro de un rato mejor que para dentro de unas horas. Ya no queremos esperar, nos impacienta la demora, nos estresan las “largas colas”… Ya no disfrutamos del ritmo lento, exigimos a los otros que se apuren…
Todo el día en una
carrera desenfrenada deseando lograr resultados y frutos en el menor tiempo
posible: Si nos enfermamos queremos sanar cuanto antes, si viajamos deseamos
llegar pronto a nuestro destino, si salimos de compras esperamos encontrar
rápido lo que buscamos, si nos toca hacer las tareas de casa nos afanamos por
acabar pronto…
Con nuestra fe nos pasa
lo mismo: nos desespera una Eucaristía que se alarga más de la cuenta, buscamos
la iglesia que nos brinde una mejor oferta en cuanto a tiempo de preparación
para los sacramentos, esperamos salir transformados y convertidos o al menos consolados
del sacramento de la reconciliación, en la oración suplicamos que se satisfagan
nuestras necesidades y si no obtenemos lo que queremos: abandonamos la oración
o nos enojamos con Dios…
¿Cuál es la prisa? ¿Para
qué tanto correr? ¿Cuál la necesidad de obtener algo? ¿Acaso no es un engaño de
la sociedad moderna? Velocidad, esfuerzo, inversión de energía, cansancio,
problemas de salud, ansiedad, estrés…
¿Qué diría Jesús ante todo esto? Alégrate de tener vida, agradece lo que eres, lo que tienes y lo que te rodea, no te impacientes porque todo llega, disfruta de cada momento porque todo lo creado tiene su tiempo, ama todo lo que haces por insignificante que parezca, ama todo lo que tocas, ve a tu ritmo, todo está envuelto y habitado por Dios, tu vida es importante y no tienes necesidad de demostrarlo, ábrete al amor que se te regala en cada momento y que pierdes por estar en otra sintonía y a otra velocidad
Esta carrera imparable
por alcanzar no es otra cosa que la necesidad profunda de encontrar el amor
incondicional que todo ser humano ansía y desea, el deseo de unirnos íntimamente
con Dios. ¿Crees que en el ritmo vertiginoso, en el hacer, en el ruido… lo vas
a hallar?.
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