El otro día escuchaba a un sacerdote compartiendo
su deseo de amar a Dios pero también su dolor al comprobar que con su vida no
le amaba lo suficiente. Al menos él se lo cuestiona. Algunos ni se lo plantean,
otros se conforman con dar migajas, hay quienes aman pero solo cuando las cosas
salen bien, otros dicen amar cuando tienen dificultades… Y tú ¿amas a Dios?
Amar a Dios implica toda la vida, supone la
entrega total de la persona. Algunos lo confunden con estar todo el día
comprometidos o en el templo, otros con rezar mucho o con poner velas, los hay
que expresan su amor con lograr méritos o grandes sacrificios...
Amar a Dios abarca la totalidad del ser humano.
Amar a Dios no es una decisión de la mente, o una
respuesta de un rato.
Amar a Dios es un deseo que se traduce en vida en
la medida que amo todo lo que hago, todo lo que vivo, todo lo que me rodea, las
circunstancias, las personas con las que comparto mi camino o se cruzan en él.
- Amo a Dios en la medida que me amo, me respeto y hago respetar, me acepto, me cuido
- Amo a Dios cuando veo en los otros a otros hijos de Dios, creados y amados como yo, dignos de amor y respeto… y los trato como tales
- Amo a Dios en la medida que cuido, protejo y defiendo la creación
- Amo a Dios cuando realizo el bien que está a mi alcance
- Amo a Dios si amo desde la vocación a la que se me ha llamado
Se puede amar a Dios: en el trabajo y en el
descanso, en soledad y en compañía, en una actividad vistosa y de mucho fruto o
en un quehacer humilde y que nadie ve, en la iglesia y fuera de ella, en la
salud y en la enfermedad, en el éxito y en el fracaso, en la alegría y en la
tristeza…
Nuestra respuesta a tanto amor nunca será de la
misma magnitud. Pero, ante tanto amor recibido cada día ¿qué tanto le amo?
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